Por Williams Ortiz
Por varios años he estado frente a grupo en un salón de clases, intentando no solo transmitir lo mucho o poco que sé, sino buscando dejar una pequeña huella en cada uno de mis alumnos. A veces lo logré y muchas otras no, para algunos fue buena y para otros no tanto. Estoy seguro que me recuerdan, con cariño o rencor, con una sonrisa o volteando los ojos, con alegría o descontento, aparezco en su memoria, o al menos eso espero. Que más quisiera que en todos surgiera un buen recuerdo, sobre algo que dije y les sirvió, algo que demostré y replicaron, algún regaño que transformó, sin embargo se que no es así, es imposible que sea así, y hoy lo comprendo.
Mucho tiempo experimenté buscando la forma de cumplir con las expectativas, queriendo caer bien o al menos evitar caer mal. También pasé la etapa de ser el maestro estricto e incluso rígido en mi enseñanza, y ninguna faceta funcionó. Ninguna funcionó porque no hay fórmulas para ser un buen docente, no hay receta a seguir para que todos tus alumnos estén contentos contigo, y que bueno que sea así. Hoy comprendo que no tiene sentido intentar ser el favorito, hoy comprendo que ser yo mismo es lo que me ha funcionado.
Así como existen muchos tipos de alumnos, existen muchos tipos de maestros, y de alguna forma, cada uno es necesario. De cada maestro aprendemos algo, lo que sí y lo que no, mínimo o máximo, pequeños detalles o grandes contenidos. De cada alumno también nos llevamos algo.
Somos una mezcla de todos nuestros docentes, pincelados por todos nuestros alumnos. Somos alumnos de por vida, un ejemplo, un camino o una meta. Buscamos seguir presentes, ser queridos y recordados, buscamos ser valorados y bien recibidos, pero, principalmente, que allá en tu vida fuera del aula se vea reflejado nuestro trabajo, y que mejor, que sonriendo ante ello voltees y nos digas, "gracias maestro".
Por varios años he estado frente a grupo en un salón de clases, intentando no solo transmitir lo mucho o poco que sé, sino buscando dejar una pequeña huella en cada uno de mis alumnos. A veces lo logré y muchas otras no, para algunos fue buena y para otros no tanto. Estoy seguro que me recuerdan, con cariño o rencor, con una sonrisa o volteando los ojos, con alegría o descontento, aparezco en su memoria, o al menos eso espero. Que más quisiera que en todos surgiera un buen recuerdo, sobre algo que dije y les sirvió, algo que demostré y replicaron, algún regaño que transformó, sin embargo se que no es así, es imposible que sea así, y hoy lo comprendo.
Mucho tiempo experimenté buscando la forma de cumplir con las expectativas, queriendo caer bien o al menos evitar caer mal. También pasé la etapa de ser el maestro estricto e incluso rígido en mi enseñanza, y ninguna faceta funcionó. Ninguna funcionó porque no hay fórmulas para ser un buen docente, no hay receta a seguir para que todos tus alumnos estén contentos contigo, y que bueno que sea así. Hoy comprendo que no tiene sentido intentar ser el favorito, hoy comprendo que ser yo mismo es lo que me ha funcionado.
Así como existen muchos tipos de alumnos, existen muchos tipos de maestros, y de alguna forma, cada uno es necesario. De cada maestro aprendemos algo, lo que sí y lo que no, mínimo o máximo, pequeños detalles o grandes contenidos. De cada alumno también nos llevamos algo.
Somos una mezcla de todos nuestros docentes, pincelados por todos nuestros alumnos. Somos alumnos de por vida, un ejemplo, un camino o una meta. Buscamos seguir presentes, ser queridos y recordados, buscamos ser valorados y bien recibidos, pero, principalmente, que allá en tu vida fuera del aula se vea reflejado nuestro trabajo, y que mejor, que sonriendo ante ello voltees y nos digas, "gracias maestro".
Comentarios
Publicar un comentario