Por Williams Ortiz
Tradicionalmente al docente se le ha considerado un educador, sin embargo, en la era moderna en que la educación ha abierto su panorama hacia habilidades necesarias para la vida, la figura del docente solo como educador se ve limitada.
Tradicionalmente al docente se le ha considerado un educador, sin embargo, en la era moderna en que la educación ha abierto su panorama hacia habilidades necesarias para la vida, la figura del docente solo como educador se ve limitada.
En esta concepción un educador es la persona encargada de, valga la palabra, “educar”, quien transmite una carga de conocimientos y valores al educando. Para la enseñanza y adquisición de las habilidades necesarias para la vida, particularmente las llamadas “habilidades socioemocionales”, se requiere un instructor, alguien que, agregado al dominio de la teoría, posee los recursos prácticos, es decir, aquellas habilidades que pretende instruir en otros.
La necesidad de cambio en el paradigma educativo parte de la figura limitada del educador, figura a la cual tradicionalmente se le ha otorgado la máxima autoridad en el aula y que representa la fuente del saber incuestionable. Desde la perspectiva instruccional el alumno obtiene un papel activo-participante, es a la vez diseñador y evaluador de su aprendizaje, ya que exige el accionamiento de mecanismos prácticos e instrumentales, sean estos nuevas conductas o actitudes.
De quien está frente al grupo se exige instrucción más que exposición, representación más que memorización, modelamiento más que explicación. Nótese el “más” en estas oraciones, significa que, aunque se le otorga prioridad a algunos elementos, ciertos procedimientos y métodos de la educación clásica resultan necesarios.
Un nuevo paradigma representado por el instruccionismo requiere creación o fortalecimiento de la autonomía, autoeficacia y autorreforzamiento en el alumno. Conlleva evolución en el sistema de evaluación, dejando atrás la aplicación de exámenes que promuevan la memorización de conceptos a corto plazo y no la comprensión de estos. Esto es, pasar de la evaluación tradicional a la evaluación formativa, en la cual el alumno (como ya mencioné) tiene la facultad de diseñar o por lo menos participar en la estipulación de los criterios de evaluación, proceso en el que se encuentra fuertemente inmerso. Aquí el alumno propone, ejecuta y representa, no solo responde.
Se promueven las habilidades y destrezas por sobre el conocimiento teórico (también necesario) y la solución de problemas por sobre la pasividad pedagógica. La necesidad de cambio en el paradigma educativo esta presente y exige evolución.
“El que gana en letras y pierde en costumbres más pierde que gana” - viejo adagio expuesto en Comenio, 1657.
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